¿Lo recuerdas? La Hamburguesa

La Hamburguesa

Décadas atrás, Borrás dio con la clave sobre qué debe llevar la hamburguesa perfecta. Resolvió el que parece ser un dilema eterno al establecer que este delicioso manjar tiene que contener carne, queso, tomate, lechuga, cebolla, pepinillos, mostaza, kétchup y, por supuesto, pan. Ni más ni menos.

Esta receta clásica, sin demasiadas innovaciones, formó parte de su juego de mesa La Hamburguesa. La propuesta tampoco recurrió a mecánicas revolucionarias, como su propio nombre anticipaba, pero formó parte de las tardes de muchos niños. No tardarían demasiados minutos en suplicar una hamburguesa a sus padres…

 

EL PLACER DE SER ENGULLIDO

La Hamburguesa fue un juego de mesa publicado en España por Borrás. Esta versión de The Hamburger Game, título creado por Max Gerchambeau en la década de los ochenta, combinó una colorida estética con una mecánica sencilla.

Compuesta por un tablero, ocho peones, dos dados y 36 fichas de ingrediente (con sus respectivas pegatinas) ofreció partidas de 2 a 4 jugadores. El objetivo era claro: crear una hamburguesa con nueve ingredientes distintos. Quien los reuniera en primer lugar, se convertiría en el ganador de la partida.

La Hamburguesa

Esos ingredientes, representados mediante fichas de plástico en relieve, cuadradas y resistentes, fueron los grandes protagonistas. Fue en el tablero donde se representaron en su forma animada, mostrando la máxima felicidad. Como si ser comidos fuera la ilusión de su vida.

Antes de empezar, se colocaba el tablero en el centro de la mesa. En el centro, se dispondrían las fichas boca abajo. Cada jugador contaría con su casilla de salida, donde situar su peón, y con una zona de cocina donde trasladar sus ingredientes conseguidos. Lo que hoy en día se presentaría mediante tableros individuales, en aquella época se plasmó en el central.

 

EL AZAR Y LA MEMORIZACIÓN

Presentado como un juego para niños, La Hamburguesa combinó el azar con la memorización. Tras preparar el escenario, la competición daría comienzo. En cada turno, el jugador lanzaría el dado para avanzar tantas casillas como equivaliesen al resultado.

Su peón caería en un dibujo de un ingrediente. Tendría que levantar una ficha y, si coincidía con ese dibujo, podría incorporarla a su zona personal. De lo contrario, volvía a dejarse boca abajo. El siguiente participante seguiría la misma mecánica y así hasta que alguien obtuviera los nueve ingredientes.

Siguiendo la esencia de un juego de memorización, conforme pasasen los turnos, más facilidades tendríamos de encontrar ingredientes. Haciendo uso de la concentración, era preciso fijarse en los ingredientes que mostraban los demás. Por desgracia, por mucho que recordásemos posiciones, estaríamos obligados a recoger el que el dado indicase.

La Hamburguesa

Esta situación planteó un problema: el hecho de dar vueltas por el tablero, esperando a caer sobre una determinada casilla para llevarnos ese ansiado ingrediente. Con ello, el ganador no siempre sería el que mejor memoria tuviera, sino la persona con más suerte.

Para evitarse la monotonía, y ya de paso aportar interacción, al caer sobre una de las casillas de salida de otros jugadores podíamos robarles un ingrediente. Así, nada sería seguro hasta el final de la partida. Quien tuviera ocho ingredientes podría comenzar a perderlos en cuestión de segundos, mientras seguía sin rumbo por el tablero.

Con todo ello, La Hamburguesa no fue el mejor de los juegos, pero supo entretener al completar espacios (al menos durante un tiempo) y hacer la boca agua con sus cuidadas fichas de ingrediente. ¿Hubiese ocurrido lo mismo al reemplazar una hamburguesa por una ensalada de frutas?

Las reglas propias de La Oca no le hicieron demasiado bien, aunque fomentaban esa sencillez que se buscaba en un juego infantil. Como curiosidad, contó con una variante por equipos. De ahí que se incluyesen ocho peones, en lugar de cuatro.