Los dados no van a desaparecer. ¡No vamos a permitirlo! Ya hace un tiempo que las tácticas y el factor suerte de los juegos clásicos dieron el salto al mundo digital.
Sin la estrategia de clásicos como el Monopoly, el Risk o el mismo ajedrez, muchas de las propuestas en línea actuales no existirían. Las míticas Tres en raya. Las damas. Ocurre lo mismo a la inversa: cada vez son más los juegos de mesa que incorporan tecnología en sus partidas. Esto demuestra que lo físico y lo digital pueden convivir, retroalimentándose.
LA TRANSICIÓN A LOS JUEGOS EN LÍNEA
Los aficionados a los juegos de mesa modernos lo tienen claro. Esta forma de ocio es una combinación magistral entre estrategias y toques de azar. Planificaremos, en base a lo que controlamos y a lo que no. Una jugada brillante puede derrumbarse en cuestión de minutos.
Con el salto al mundo digital, esa esencia no se ha perdido. Ha cambiado de forma. No dependemos de un tablero, ni de fichas. Tampoco de losetas, de dados ni de cartas. Todo está dentro de una pantalla. De la de tu móvil. De la de tu ordenador. Eso sí, las mismas sensaciones están presentes.
Seguimos topándonos con la emoción del azar. Con la satisfacción de una jugada bien pensada. Con la frustración cuando la suerte no acompaña. En vez de mirar a los ojos al rival, lo que vemos es su avatar. Para muchos, ésta es una desventaja. Perdemos la cercanía. Las ganas de vernos.
Para otras personas, es comodidad pura. No hay que salir de casa. ¡Jugamos en pijama! No hay que invertir media hora en organizar la partida. En recoger los componentes. Es más fácil encontrar un hueco, por lo que jugamos con mayor frecuencia. Por supuesto, siempre con un juego responsable.

La gestión del azar
En los juegos de mesa clásicos, el azar se materializa a través de un dado. Se reparten unas cartas y no otras. En los juegos digitales, ese azar se transforma en algoritmos que deciden qué nos toca y en qué momento.
Los creadores se esfuerzan en mantener el equilibrio entre lo impredecible y lo estratégico. En recrear experiencias en vivo de la forma más realista posible. Por ejemplo, en títulos como Hearthstone o Legends of Runeterra, el destino del jugador depende, en gran parte, de la forma en la que hemos preparado el mazo y nos anticipamos al rival. También, de la carta que obtenemos.
¿Y qué hay de los otros géneros? Dentro de los battle royale (Fortnite y Apex Legends), existen muchísimos factores que dependen de la suerte: el lugar en el que aterrizas, las armas que encuentras y la disposición de la tormenta. Sin embargo, lo que marca la diferencia es la forma en la que gestionamos las herramientas. Con ello, la estrategia sigue siendo la reina. La suerte nos otorga una cierta ventaja o desventaja, pero decrece frente a otros factores.
Lo bueno del entorno digital es que muchas de esas mecánicas resultan más transparentes. En los juegos de mesa, confiamos en que el colega de turno no hace trampas. En los videojuegos, elementos como los cofres o las cajas de botín muestran los porcentajes reales de lo que pueden contener. Esa transparencia es crucial.

La importancia de la esencia
Como hemos mencionado, ya hace años que los juegos digitales rompieron la barrera enorme de la accesibilidad. Ya no es necesario reunirnos en un mismo espacio el viernes por la tarde para disfrutar de Catan, Carcassonne, ¡Aventureros al Tren! o Gloomhaven. Competimos con gente de todo el mundo, formando parte de una comunidad global.
Con todo ello, la evolución es constante. Aún le queda mucho por delante. Por el camino, es importante que la esencia se mantenga intacta. Al fin y al cabo, buscamos lo mismo que cuando lanzamos los dados físicos. Queremos experimentar la emoción de no saber qué va a pasar. Sentirnos satisfechos por habernos estrujado el cerebro. Por poner en práctica nuestras habilidades.
Ahora lo hacemos en mundos digitales llenos de colores, animaciones y recompensas. No importa si estamos desplazando una ficha en un tablero o pulsando en una pantalla: necesitamos el equilibrio entre azar y estrategia para garantizar una rejugabilidad máxima.





